martes, 14 de febrero de 2012

Los encantadores Cafés de París

LOS ENCANTADORES CAFÉS DE PARÍS




Café de la Flore, París


Mito urbano o lugar real de la vida en la capital francesa, el café parisino reúne en dosis diferentes, dependiendo de la época, cerebro y comida.

Existe todo un lenguaje para descubrir el café en estos espacios: expreso, corto, aguado, y aun expresiones más poéticas como con una nube de leche. Pero aparte del café y su vocabulario hay algo que hace que los cafés parisinos desborden los locales que los contienen, especialmente desde que salen los primeros rayos de sol en primavera, cuando los dueños se las arreglan para instalar en los andenes pequeñas mesas y sillas mirando hacia la calle. 

Las terrazas de los cafés que adornan la Rive droite y la Rive gauche del río Sena dan a París una cara más acogedora en primavera y verano, como si el tiempo transcurriera más lentamente en el murmullo de la ciudad. Este es un paseo por las terrazas de los cafés singulares e insólitos, situados a veces en edificios emblemáticos o en paraisos naturales en pleno París. 


En París, el café y las terrazas son a la vez una institución y un lugar de vida. Los apartamentos, a menudo demasiado exiguos, hacen la fortuna de sus propietarios. El café aparece como una prolongación de la vida casera, llegando a ser para algunos parte de su vida cotidiana. Allí se van para leer el periódico, un libro, meditar, escribir la novela del siglo o terminar el trabajo de la oficina. Algunos adeptos del petit noir (sobrenombre del café cortado) lo toman en la barra del bar, a primera hora de la mañana, antes de empezar la mañana. Al mediodía el café también sirve de lugar de encuentro para una comida rápida, solo, entre compañeros de trabajo o con amigos, en una pausa que, al llegar el buen tiempo se da en la terraza. 


Para muchos, encontrarse en el café es una invitación a la conversación o a las confidencias, en un lugar anónimo, especialmente antes de invitar a alguien a casa por primera vez. 




Les Deux Magots, París 


La cita en el café también es un alto geográfico ya que permite a los parisinos encontrarse a medio camino de sus andanzas por la ciudad. Es entonces, cuando los lugares céntricos y conocidos ganan los favores de todos. Como en el Jardín de las Tullerías, cerca del Louvre, donde cuatro cafés son los más solicitados en primavera y en verano, tanto por parisinos como por turistas, como Dame Tartine. Más lejos el ambiente es más selecto, con el Café Marly, de decoración chic, cuya terraza da a la pirámide del Louvre. Muy cerca, la sombra del Teatro de la Comédie Français reluce sobre La Nemours, en la place Colette. A dos pasos, bajo las arcadas del jardín del Palais Royal varias terrazas tranquilas acogen al parisiense en un ambiente alejado del tiempo. 


El célebre Café de la Paix, en pleno barrio de la Bolsa y las finanzas, no lejos de la Ópera de París, es muy apreciado por los turistas. En el barro de Le Marais, cafés y terrazas como Le Victor Hugo se esconden bajo las arcadas de la plaza de Vosges. A algunos pasos de allí, la terraza de la plaza Saint-Catherine son un recodo de tranquilidad. Pero para huir verdaderamente del ambiente urbano nada como una visita al Jemmmapes, un bar de verano que incita a escapar de las obligaciones cotidianas. 


En la Rive Gauche, como en Montparnasse, con La Closerie des Lilas, o en el Barrio Latino, cerca de la Universidad de La Sorbona, los cafés aparecen como templos de la vida literaria y artística, centros nerviosos de vida intelectual o política como la brasserie Lipp. En Saint-Germain-des-Près , escritores y editores se dan cita, no lejos de las editoriales de barrio como Gaillmard o Grasset. Son célebres los cafés Le Flore y Aux Deux Magots, que incluso dan premios literarios. 






La Closerie des Lilas, París


Situados frente a frente, junto a la ya mencionada iglesia de Saint-Germain-des-Près, el Café de La Flore y el de Les Deux Magots tienen más de un siglo de historia paralela y de lucha por ser el café de referencia de la zona más intelectual de París. El quinquilloso enfrentamiento es palpable con un solo vistazo. El Café de Flore se anuncia en el exterior con letras verdes sobre un toldo blanco, mientras que el vecino opta por letras prácticamente blancas sobre fondo verde. El tapizado de piel roja del primero  obligó a su contrincante a teñir sus butacas de granate oscuro, y si el Café de Flore debe su nombre a una diosa ubicada en una plaza cercana, Les Deux Magots son dos dioses orientales que meditan tras la puerta del local. Los esfuerzos le dieron resultados a Les Deux Magots durante varias décadas en las que Oscar Wilde se acercaba a tomar té y Picasso conoció allí a Dora Maar. El Café de la Flore estaba asociado popularmente con la derecha. 


En el 171 del Boulevard de Montparnasse, tras un frondoso cercado de flores, se esconde La Closerie des Lilas, prototipo de café literario  que parece sacado de alguna película de Lauren Bacall, inspirada en las novelas de Ernest Hemingway. Los enormes espejos,  rodeados de madera de caoba cubana que cubren las paredes de La Closerie fueron testigos de otra de las anécdotas más recordadas, con Alfred Jarry como protagonista. El precursor del teatro del absurdo, decidido a entablar conversación con una dama, , tomó su revólver y disparó tres veces a un espejo. Ante el estupor de la señora, Jarry le susurró: Ahora que hemos roto el hielo, podemos hablar. Los salones en invierno y las dos terrazas en verano suelen estar abarrotados de clientes, y, sobre todo, de turistas.


Bajo el Gran Hotel de París, en la Plaza de la Ópera, las puertas del Café de la Paix, ven cruzarse a diario turistas. El local nació de los planos de Charles Garnier como una prolongación de la Ópera que lleva su propio nombre, y en sus 145 años de vida, hotel, café y ópera han formado un triángulo de cultura y lujo para sus sofisticados clientes. Cada uno de ellos ha nutrido de personajes a los otros dos. El Gran Hotel ha dado cobijo a toda la realeza europea, políticos, escritores y miembros de las altas finanzas. Al aroma del café se mezclaban los músicos, libretistas y directores de escena que tenían en el Café de la Paix su centro de reuniones. Grandes compositores dieron vida en sus mesas de caoba a sus más bellas melodías. El compositor de la Traviata se convirtió en asiduo del café , junto a su compañera, la cantante Giuseppina Strepponi, cuando le encargaron Les vepres siciliennes, una ópera dedicada a la Exposición Universal de 1855.


Finalmente, para ganar visibilidad se impone una visita al último piso del Beaubourg (Centro Pompidou). Allí, el Café Le Georges ofrece una vista sobrecogedora sobre los tejados de París, desde donde siempre se impone un juego: adivinar, desde la terraza, los monumentos que jalonan la capital , como los Inválidos o el Panteón.




Café de la Paix, París

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