En Mesopotamia, uno de los núcleos donde nace la civilización hace 5000 años, surgen la escritura, las primeras ciudades, los primeros templos, los primeros imperios...., y los primeros jardines.
Desde época sumeria y arcadia, las ciudades de Mesopotamia estaban rodeadas por grandes muros provistos de torres defensivas provistas de puertas monumentales, templos con palacios espectaculares, provistos de varios patios, en torno a los cuales se distribuían las dependencias. Ciudades y palacios se construían, frecuentemente, sobre plataformas creadas artificialmente para elevarse sobre la llanura.
Las ciudades estaban presididas por un zigurat: una espectacular torre escalonadade hasta 90 metros de altura, construida en adobe y ladrillo. Estaba formada por tres, cuatro, cinco, seis o siete plataformas rectangulares o cuadrangulares, que podían superar los 90 metros de lado, a las que se accedía mediante escaleras o rampas, en cuyo piso superior se construía un templo sagrado.
Sin los zingurat difícilmente podríamos imaginarnos la capacidad de aquella civilización para construir los míticos Jardines Colgantes de Babilonia. De ellos se conserva abundante documentación griega. Filón de Bizancio (Siglo II antes de Cristo), nos narra en su obra Siete Maravillas de la Antigüedad lo siguiente:
Crecen allí los árboles de hoja ancha y palmeras, flores de toda clase y colores, y, en una palabra, todo lo que es más placentero a la vista y más grato a gozar. Se labra el lugar como se hace en las tierras de labor y los cuidados de los renuevos se realizan más o menos como en tierra firme, pero lo arable está por encima de las cabezas de los que andan por las columnas de abajo.
Las conducciones de agua, al venir de las fuentes que están a lo alto, a la derecha, unas corren rectas y en pendientes, otras son impulsadas hacia arriba en caracol, obligadas a subir en espiral por medio de ingeniosas máquinas. Recogidas arriba en sólidos y dilatados estanques, riegan todo el jardín, impregnan hasta lo hondo las raíces de las plantas y conservan húmeda la tierra, por lo que, naturalmente, el césped está siempre verde y las hojas de los árboles que brotan de tiernas ramas se cubren de rocío y se mueven al viento. Es un capricho de arte, lujoso y regio y casi del todo forzado por el trabajo de cultivar plantas suspendidas sobre las cabezas de los espectadores.
Hacia el año 600 antes de Cristo, Nabucodonosor, rey de Caldea, quiso hacer a su esposa Amytis, hija del rey de los medos, un regalo que demostrara su amor por ella y le recordara las montañas de su tierra tan diferente a la llanura de Babilonia.
Sobre una superficie de 19.600 metros se construyeron una serie de terrazas de piedra sostenidas por amplios arcos de seis metros de longitud, hasta alcanzar una altura total de noventa. Estrabón (siglo I antes de Cristo), nos relata lo siguiente:
El jardín consta de terrazas abovedadas, alzadas unas sobre otras, que desacansan sobre pilares cúbicos. Éstas son ahuecadas y rellenas con tierra para permitir la plantación de árboles de gran tamaño. Los pilares, las bóvedas y las terrazas están construidas con ladrillo cocido y asfalto.
El piso más alto tiene escaleras para subir a él y conchas adyacentes a ellas mismas, mediante las cuales se lleva continuamente agua procedente del río Eufrates por hombres colocados con ese objetivo. El río fluye por el centro de la ciudad, ocupando la anchura de un estadio, los jardines están, por cierto, a la ribera del río.
Estaban situados junto al palacio del rey, hacia el lado que daba al río para que pudieran contemplarlo los viajeros que tenían prohibido el acceso. Sobre la más alta de las terrazas se situaba un depósito de agua desde el que se nutría un genial sistema de irrigación. Esta constante humendad, y el calor característico de la zona hacían que el jardín estuviera permanentemente en flor. Árboles, plantas y flores de todo el mundo constituía un oasis en flor. Bajo las arcadas se constituyeron amplios aposentos con una rica decoración donde los soberanos podían reposar durante sus visitas a los jardines.
Como ya mencioné anteriormente, los Jardines fueron un regalo del rey a su esposa, sin embargo esta no es la única mención de su creación, pues también existe una leyenda, según la cual estos bellos y espectaculares jardines habrían sido construidos en el siglo XI antes de Cristo. Por aquel entonces reinaba en Babilonia Shammamuramat (conocida más bien como Semiramis, su denominación griega), en aquel entonces, regente de su hijo Adadnirari III: es una reina valiente que conquista la India y Egipto, pero que no resiste que su hijo conspire para derrocarla y, finalmente se suicida.
Alrededor de los Jardines Colgantes de Babilonia se han mantenido, entre los arqueólogos e investigadores un acalorado debate acerca de su real ubicación y existencia. Así se han situado a los Jardines tanto en Asiria como en Babilonia. La más conocida es la segunda versión, según la cual el rey Nabucodonosor mandó construir un precioso jardín escalonado para su esposa, quien provendría de una región de abundante vegetación, como por ejemplo, Kurdistán o Medina.
De esta manera el enamorado monarca pudo haber ordenado la construcción de cinco terrazas superpuestas, que sostenidas por arcos, se alzaban 15 metros, una por encima de la otra, y en las cuales era posible encontrar todo tipo de flores, así como cipreses, ébanos, cedros, robles y sauces, irrigando toda esta vegetación por un complejo sistema de riego, consistente en numerosos canales que transportaban el agua desde el caudaloso río Eufrates, convirtiéndolos en un verdadero oasis de color, alegrando la vista de sus ciudadanos.
Sin embargo esta descripción puede también ser aplicada a una estructura descrita en los anales asirios, ya que, según los estudios de Stephanie Dalley, investigadora de la Universidad de Oxford, estos místicos jardines se ubicaron, en realidad, dentro de la ciudad de Nivine, localizada cerca del actual Masul, y fueron creados por el gobernante Sennnacherib, cerca del año 700 antes de Cristo.
Sean o no los Jardines Colgantes de Babilonia una excelente fantasía, lo cierto es que hace unos 2600 años Babilonia se convertía en una de las metrópolis más hermosas de su tiempo, a la que Heródoto describió como adornada por monumentos de oro sólido, teniendo dentro de su potentosa muralla (sus muros tenían 90 kilómetros de largo, 90 metros de alto y 7 metros de espesor), el grandioso templo, conocido como zigurat.
Muchos han sido los arqueólogos quienes, ansiosos por descubrir la verdad sobre esta importante ciudad, se han dedicado durante años a realizar excavaciones. Así encontramos al alemán Robert Koldewey quien, tras una década y media de trabajo, logró encontrar las tan buscadas ruinas, desenterrando una construcción consistente en una bóveda, 14 cámaras y una fuente, convenciéndose de que había descubierto, por fin, evidencias sobre los Jardines Colgantes de Babilonia. A pesar de ello, estudios posteriores mostraron que este emplazamiento no corresponde por entero a las descripciones que sobre la maravilla se registran.
Mito o realidad, hoy tal vez unos jardines colgantes como los de Babilonia no nos resultaran impresionantes, sin embargo, si evaluamos el logro que representó en su época mantener una porción viva en medio del desierto, situado entre los ríos Eufrates y Tigris, bien podemos equiparar su imagen a la de la Gran Pirámide de Gizeh, el Coloso de Rhodas o el Faro de Alejandría.
La desaparición de los Jardines Colgantes fue paralela a la de la propia Babilonia. La conquista de los persas, el paso del tiempo y el incendio que provocó Everemeo al conquistarla en el año 125 antes de Cristo, reducen a la histórica ciudad a simples ruinas antes de que comience nuestra era.
Sin los zingurat difícilmente podríamos imaginarnos la capacidad de aquella civilización para construir los míticos Jardines Colgantes de Babilonia. De ellos se conserva abundante documentación griega. Filón de Bizancio (Siglo II antes de Cristo), nos narra en su obra Siete Maravillas de la Antigüedad lo siguiente:
Crecen allí los árboles de hoja ancha y palmeras, flores de toda clase y colores, y, en una palabra, todo lo que es más placentero a la vista y más grato a gozar. Se labra el lugar como se hace en las tierras de labor y los cuidados de los renuevos se realizan más o menos como en tierra firme, pero lo arable está por encima de las cabezas de los que andan por las columnas de abajo.
Las conducciones de agua, al venir de las fuentes que están a lo alto, a la derecha, unas corren rectas y en pendientes, otras son impulsadas hacia arriba en caracol, obligadas a subir en espiral por medio de ingeniosas máquinas. Recogidas arriba en sólidos y dilatados estanques, riegan todo el jardín, impregnan hasta lo hondo las raíces de las plantas y conservan húmeda la tierra, por lo que, naturalmente, el césped está siempre verde y las hojas de los árboles que brotan de tiernas ramas se cubren de rocío y se mueven al viento. Es un capricho de arte, lujoso y regio y casi del todo forzado por el trabajo de cultivar plantas suspendidas sobre las cabezas de los espectadores.
Hacia el año 600 antes de Cristo, Nabucodonosor, rey de Caldea, quiso hacer a su esposa Amytis, hija del rey de los medos, un regalo que demostrara su amor por ella y le recordara las montañas de su tierra tan diferente a la llanura de Babilonia.
Sobre una superficie de 19.600 metros se construyeron una serie de terrazas de piedra sostenidas por amplios arcos de seis metros de longitud, hasta alcanzar una altura total de noventa. Estrabón (siglo I antes de Cristo), nos relata lo siguiente:
El jardín consta de terrazas abovedadas, alzadas unas sobre otras, que desacansan sobre pilares cúbicos. Éstas son ahuecadas y rellenas con tierra para permitir la plantación de árboles de gran tamaño. Los pilares, las bóvedas y las terrazas están construidas con ladrillo cocido y asfalto.
El piso más alto tiene escaleras para subir a él y conchas adyacentes a ellas mismas, mediante las cuales se lleva continuamente agua procedente del río Eufrates por hombres colocados con ese objetivo. El río fluye por el centro de la ciudad, ocupando la anchura de un estadio, los jardines están, por cierto, a la ribera del río.
Estaban situados junto al palacio del rey, hacia el lado que daba al río para que pudieran contemplarlo los viajeros que tenían prohibido el acceso. Sobre la más alta de las terrazas se situaba un depósito de agua desde el que se nutría un genial sistema de irrigación. Esta constante humendad, y el calor característico de la zona hacían que el jardín estuviera permanentemente en flor. Árboles, plantas y flores de todo el mundo constituía un oasis en flor. Bajo las arcadas se constituyeron amplios aposentos con una rica decoración donde los soberanos podían reposar durante sus visitas a los jardines.
Como ya mencioné anteriormente, los Jardines fueron un regalo del rey a su esposa, sin embargo esta no es la única mención de su creación, pues también existe una leyenda, según la cual estos bellos y espectaculares jardines habrían sido construidos en el siglo XI antes de Cristo. Por aquel entonces reinaba en Babilonia Shammamuramat (conocida más bien como Semiramis, su denominación griega), en aquel entonces, regente de su hijo Adadnirari III: es una reina valiente que conquista la India y Egipto, pero que no resiste que su hijo conspire para derrocarla y, finalmente se suicida.
Alrededor de los Jardines Colgantes de Babilonia se han mantenido, entre los arqueólogos e investigadores un acalorado debate acerca de su real ubicación y existencia. Así se han situado a los Jardines tanto en Asiria como en Babilonia. La más conocida es la segunda versión, según la cual el rey Nabucodonosor mandó construir un precioso jardín escalonado para su esposa, quien provendría de una región de abundante vegetación, como por ejemplo, Kurdistán o Medina.
De esta manera el enamorado monarca pudo haber ordenado la construcción de cinco terrazas superpuestas, que sostenidas por arcos, se alzaban 15 metros, una por encima de la otra, y en las cuales era posible encontrar todo tipo de flores, así como cipreses, ébanos, cedros, robles y sauces, irrigando toda esta vegetación por un complejo sistema de riego, consistente en numerosos canales que transportaban el agua desde el caudaloso río Eufrates, convirtiéndolos en un verdadero oasis de color, alegrando la vista de sus ciudadanos.
Sin embargo esta descripción puede también ser aplicada a una estructura descrita en los anales asirios, ya que, según los estudios de Stephanie Dalley, investigadora de la Universidad de Oxford, estos místicos jardines se ubicaron, en realidad, dentro de la ciudad de Nivine, localizada cerca del actual Masul, y fueron creados por el gobernante Sennnacherib, cerca del año 700 antes de Cristo.
Sean o no los Jardines Colgantes de Babilonia una excelente fantasía, lo cierto es que hace unos 2600 años Babilonia se convertía en una de las metrópolis más hermosas de su tiempo, a la que Heródoto describió como adornada por monumentos de oro sólido, teniendo dentro de su potentosa muralla (sus muros tenían 90 kilómetros de largo, 90 metros de alto y 7 metros de espesor), el grandioso templo, conocido como zigurat.
Muchos han sido los arqueólogos quienes, ansiosos por descubrir la verdad sobre esta importante ciudad, se han dedicado durante años a realizar excavaciones. Así encontramos al alemán Robert Koldewey quien, tras una década y media de trabajo, logró encontrar las tan buscadas ruinas, desenterrando una construcción consistente en una bóveda, 14 cámaras y una fuente, convenciéndose de que había descubierto, por fin, evidencias sobre los Jardines Colgantes de Babilonia. A pesar de ello, estudios posteriores mostraron que este emplazamiento no corresponde por entero a las descripciones que sobre la maravilla se registran.
Mito o realidad, hoy tal vez unos jardines colgantes como los de Babilonia no nos resultaran impresionantes, sin embargo, si evaluamos el logro que representó en su época mantener una porción viva en medio del desierto, situado entre los ríos Eufrates y Tigris, bien podemos equiparar su imagen a la de la Gran Pirámide de Gizeh, el Coloso de Rhodas o el Faro de Alejandría.
La desaparición de los Jardines Colgantes fue paralela a la de la propia Babilonia. La conquista de los persas, el paso del tiempo y el incendio que provocó Everemeo al conquistarla en el año 125 antes de Cristo, reducen a la histórica ciudad a simples ruinas antes de que comience nuestra era.
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